jueves, 6 de noviembre de 2014

PORTADA REVELADA Y ADELANTO DE THE LAW OF MOSES by AMY HARMON


Si te dijera de frente, que desde el principio lo perdí, será más fácil para ti soportarlo. Sabrás lo que viene, y eso dolerá. Pero estarás preparado.

Alguien lo encontró en un cesto de ropa sucia en un centro de lavado rápido, envuelto en una toalla, con unas pocas horas de nacido y cerca de la muerte. Lo llamaron "bebé Moisés" cuando compartieron su historia en las noticias de las diez; El pequeño niño dejado en una cesta en una sucia lavandería, nacido de una adicta al crack, y a la espera de que tenga todo tipo de problemas. Me imaginaba al bebé crack, Moisés, con una gran cantidad de ella corriendo por su cuerpo, como si estuviera roto desde el día de su nacimiento. Yo sabía que no era lo que significaba, pero la imagen quedó grabada en mi mente. Tal vez el hecho de que se encontraba roto fue lo que me atrajo a él en primer lugar.

Todo esto ocurrió antes de que yo naciera, y para el momento en que conocí a Moisés y mi mamá me dijo todo acerca de él, la historia ya era noticia vieja y nadie quería saber nada sobre él. 
La gente ama a los bebés, incluso bebés enfermos. Incluso bebés de crack. Pero los bebés crecen y se convierten en niños, y los niños crecen para ser adolescentes. Nadie quiere a un adolescente en mal estado.
Y Moisés estaba en mal estado. Moisés era la ley para sí mismo. Pero también era extraño, exótico y hermoso. El estar con él cambiaría mi vida en maneras que nunca podría haber imaginado. Tal vez debí mantenerme al margen. Tal vez debí haber escuchado. Mi madre me lo advirtió. Incluso Moisés me lo advirtió. Pero no me quedé lejos.

Y así comienza una historia de dolor y promesas, de angustia y curación, de vida y muerte. Una historia sobre el antes y el después, de nuevos comienzos y finales que no llegan. Pero sobre todo... una historia de amor.


Fue cuando me senté, sacudiendo la paja de mi pelo, que vi a Moisés, sentado en el rincón más alejado, en un taburete que mi papá utilizaba para herrar a los caballos. Estaba tan lejos de los caballos como podía, y por suerte, ninguno de ellos parecía especialmente alarmado por su presencia. Sin embargo, yo lo estaba, sólo por un momento, y deje escapar un chillido de sorpresa.

Él no se disculpó o rió, de hecho, no hizo ningún movimiento para empezar una pequeña charla conmigo. Tan sólo me miró con recelo, como si observarme dormir lo hubiese orillado a eso. 

—¿Qué hora es? —le susurré, mi voz rasposa y mi corazón pesado. Él hacía que mi corazón se sintiera así.

—Las dos.

—¿Tú... apenas iras a casa?

—No. Fui a casa. Me duché. Fui a la cama.

—¿Eres sonámbulo, entonces? —mantuve mi voz ligera y suave.

—¿Qué es lo que quieres, Georgia? Yo como que pensé que habías terminado conmigo. —Ah, allí estaba. Un destello de ira. Tranquilo. Breve. Pero allí. Y me deleite con eso. Mi mamá siempre decía que la atención negativa era mejor que ningún tipo de atención en absoluto. Por lo general, ella se refería a niños de crianza que actuaban fuera de lugar. Pero, al parecer tambien se podír aplicar a chicas de diecisiete años que estaban enamoradas de chicos que no las amaban de vuelta. Ese pensamiento me hizo enojar.

—¿Me amas, Moisés?

—No. —Su respuesta fue inmediata. Desafiante. Pero se pusó de pie y caminó hacía mí de todos modos. Y lo miré venir, mis errantes ojos sobre él con avidez, mi corazón un enorme nudo necesitado en mi pecho.

No discutí con él porque sabía lo que iba a decir. Y yo ya había decidido que no le creería.

Se puso en cuclillas al lado de las pacas cuadradas, me había convertido en un nido de amor. Pero había dicho que no me amaba. Así que tal vez mi cama necesitaba un nombre diferente. Me acosté y tiré la manta sobre mis hombros, de repente con frío y muy cansada. Pero él me siguió, se cernió sobre mí, con los brazos apoyados a ambos lados de mi cabeza mientras me miraba observándolo. Y entonces, cerró la distancia entre nosotros y me besó en la boca castamente. Una vez, dos veces. Y, de nuevo, no tan castamente, con más presión y más intención.

Respiré profundamente y envolví mis manos alrededor de su cuello, trayendolo hacía mí. Me empape de su olor, el penetrante olor de la pintura mezclado con jabón y las mentas de caramelo con rayas rojas que su abuela guardaba en un recipiente sobre la mesa de la cocina. Y otra cosa también.  Algo que no tenía nombre, y era esa parte desconocida de él lo que quería por encima de todo. Le dí un beso hasta que pude saborearlo en mi boca, y cuando eso no fue suficiente, tiré de él con las palmas de mis manos y el roce de mi piel contra la suya mientras movía su boca a mi cuello y susurraba en mi oído.

—No estoy seguro de qué es lo que quieres de mí, Georgia. Pero si es esto, estoy dispuesto.

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